Cuentan que hubo una vez, en la antigua China, un guerrero que formó un gran ejército. Con él iba conquistando todas y cada una de las ciudades por las que pasaba, sembrando muerte y desolación por doquier.
Su fama llegó a causar tal pánico entre las gentes que, antes de que llegara con su ejército, todos los ciudadanos desaparecían sin ofrecer ninguna resistencia y dejando sus bienes a merced de los saqueadores.
Un día, el guerrero entró en una de las ciudades y, cuando se acercó al templo para coger el oro que allí pudiera haber, se sorprendió al ver a un monje de pie meditando tranquilamente.
El guerrero, ofendido ante lo que entendía como una muestra de arrogancia, se acercó al monje y, apuntándole con su espada en el cuello, le preguntó:
–¿Acaso no sabes quién soy yo?
–Así pues, ¿no sabes que soy alguien capaz de cortarte de un tajo el cuello y ni siquiera pestañear mientras lo hago?
–Y tú, ¿no sabes quién soy yo? –le preguntó el monje sin levantar la mirada del suelo.
El guerrero, profundamente desconcertado, le preguntó con un cierto temblor en la voz:
–¿Y... quién eres tú?
Entonces, el monje levantó la cabeza, fijó sus ojos en los del guerrero y le dijo:
–¿No sabes que yo soy alguien capaz de dejar que me cortes el cuello y ni siquiera pestañear mientras lo haces?
Comentaris