Sentado junto al árbol
de la iluminación, Buda callaba.
La gente se acercaba desde páramos
remotos, esperando su palabra.
La enseñanza no vino
de sus sagrados labios esta vez,
mas de la flor mostrada como un signo
con el gesto silencioso dle ver.
Alguien, entre tanto durmiente,
comprendió aquel silencio
y su sonrisa ardió calladamente
por espacios internos.
"A todos mi palabra he ofrecido;
mas a ti te transmito mi secreto,
porque has sonreído
al misterioso gesto".
Recibió la flor encendida
con justa reverencia
y marchó por veredas escondidas
siguiendo su destino de inocencia.
Tras siglos y batallas sin final,
alguien susurra con palabra muda:
"La flor hermosa que ofreciera Buda,
yo la cultivo en mi jardín natal".
José Antonio Cáceres Peña, Moradas (2011)
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