A veces, me apetece decir algo sobre el comentario de alguna persona en algún artículo o red social. Me suele suceder que mi comentario es tan largo y, a veces, se desvía un poco del comentario inicial que no sé hasta qué punto tiene sentido derivar el mensaje hacia lo que a mí, me ha inspirado. El caso es que hoy voy a escribir aquí, lo que quería responder acerca de la conciliación de la cabeza con el cuerpo para manifestar y recibir amor y en otro post lo que quería comentar acerca de la mercantilización de los sentimientos.
El comentario giraba entorno a la exhibición en campañas políticas de compañerismo o amor o lo que sea en eventos públicos con besos y abrazos. Expresaba disgusto ante la posible vacuidad de esos besos y abrazos. Esa persona reserva sus besos y abrazos para sus seres queridos, para quienes se lo merecen.
Al leer su mensaje compartí ciertamente su crítica hacia la mercantilización de los sentimientos del que hablo en el otro post. Pero rápidamente recordé mi evolución personal con las muestras de cariño y mis dificultades de expresar a nivel verbal o físico cualquier muestra de amor. No me gustaba que me abrazaran ni me tocasen; al igual que tampoco me gustaba repartir besos a personas que no conozco. La expresión del amor debía quedarse en la esfera personal.
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El caso es que un coach, en una de mis primeras sesiones como coachee, me abrazó. Me sorprendió "indefensa" y me abrazó. Tensé todo mi cuerpo, no recuerdo mi expresión facial. ¡Había invadido mi espacio personal, había traspasado el límite del espacio donde yo quería dejar que accediese! Me sentía muy incómoda, pero si quería aprovechar la sesión, debía sacar algo de provecho de esa situación tan inapropiada. Así que dejé de forcejear mentalmente con los pensamientos sobre la conveniencia de la práctica, sobre las intenciones de ese coach, sobre la genuidad de esa muestra de amor; hasta conseguir liberarme de mi racionalidad, o quizás invadirme de ella, para abandonarme al contacto de otra persona, al amor del abrazo y lloré. Lloré desconsolada. No sabía el motivo, puede que simplemente llorara por esa oportunidad de llorar acunada en un abrazo.
Ese fue el inicio de mi reconciliación con la manifestación del amor. Poco a poco fui entendiendo que dar un abrazo o un beso no era una exhibición de debilidad, que justamente esa lucha por no parecer débil me condenaba a serlo.
Cuando me apetece abrazar, abrazo, aunque a veces, la gente no lo espere. Pero no doy abrazos ni besos cuando no me apetece darlos, aunque exista la presión social de que las mujeres debamos dar dos besos para saludar, cuando no me apetece, tiendo la mano, aunque piensen que soy una borde o una estirada.
Al leer su mensaje compartí ciertamente su crítica hacia la mercantilización de los sentimientos del que hablo en el otro post. Pero rápidamente recordé mi evolución personal con las muestras de cariño y mis dificultades de expresar a nivel verbal o físico cualquier muestra de amor. No me gustaba que me abrazaran ni me tocasen; al igual que tampoco me gustaba repartir besos a personas que no conozco. La expresión del amor debía quedarse en la esfera personal.
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El caso es que un coach, en una de mis primeras sesiones como coachee, me abrazó. Me sorprendió "indefensa" y me abrazó. Tensé todo mi cuerpo, no recuerdo mi expresión facial. ¡Había invadido mi espacio personal, había traspasado el límite del espacio donde yo quería dejar que accediese! Me sentía muy incómoda, pero si quería aprovechar la sesión, debía sacar algo de provecho de esa situación tan inapropiada. Así que dejé de forcejear mentalmente con los pensamientos sobre la conveniencia de la práctica, sobre las intenciones de ese coach, sobre la genuidad de esa muestra de amor; hasta conseguir liberarme de mi racionalidad, o quizás invadirme de ella, para abandonarme al contacto de otra persona, al amor del abrazo y lloré. Lloré desconsolada. No sabía el motivo, puede que simplemente llorara por esa oportunidad de llorar acunada en un abrazo.
Ese fue el inicio de mi reconciliación con la manifestación del amor. Poco a poco fui entendiendo que dar un abrazo o un beso no era una exhibición de debilidad, que justamente esa lucha por no parecer débil me condenaba a serlo.
Cuando me apetece abrazar, abrazo, aunque a veces, la gente no lo espere. Pero no doy abrazos ni besos cuando no me apetece darlos, aunque exista la presión social de que las mujeres debamos dar dos besos para saludar, cuando no me apetece, tiendo la mano, aunque piensen que soy una borde o una estirada.
La reflexión "zen" - hablando sin propiedad o con toda ella, no lo sé - viene del compartir y externalizar el amor cuando y como nos apetezca y cuando alguien lo necesite. Si actuaramos desde el amor, sí, sí, me estoy poniendo "happy flowers"; pero si actuáramos desde el amor, no tendríamos la mitad de conflictos que tenemos. El amor es algo universal que compartimos, al igual que compartimos la sonrisa o miradas cómplices que no podemos expresar con palabras.
Comentaris
Pero eso no quita que en un momento dado abrace a alguien por otras razones muy alejadas de los formalismos. He abrazado a hombres que lloraban desesperados por una pérdida, tipos rudos con los que no mantenía una relación de afecto, sino puramente profesional. Y si algún día te viera, también me gustaría darte un sentido abrazo.
PD: Sepas que en mi muro puedes explayarte tanto como quieras, aunque te salgas del tema. En realidad no hay tema, en realidad se trata de compartir ideas, y unas ideas llevan a otras. Empezamos opinando sobre la pesca del atún y acabamos hablando de besos y abrazos... y eso está pero que muy bien.
Un abrazo, ya sabes, de los de verdad.
Suelo hacerlo, JM, suelo hacerlo. Pero es que me dió por pensar y se me fue la castaña con sexismo detectado incluido.
Al final he escrito esto y lo otro, no estoy demasiado satisfecha ni con lo uno ni con lo otro, pero como nadie me paga y quien me lee lo hace porque quiere, ahí se acaban mis obligaciones y los compromisos.
¡Otro abrazo sentido!