Puesto que nuestra herencia cultural, o por lo menos la mía, parte de la asunción de que: la alteridad es lo que condiciona nuestro entendimiento sobre la soledad y sobre nuestro modo de relacionarnos; escribo este texto en base a esta concepción de individux frente a otras personas y el modo en que se relaciona el/la individux con otras.
En el pensamiento común, una pareja normosociocultural se define como aquella formada por dos personas adultas. Esta es la norma básica, no importa si hay amor o no; el vínculo institucional (matrimonio) tampoco importa demasiado en algunos círculos. El tema de la fidelidad hay que cogerlo con pinzas, pues aquí existen muchos matices e hipocresías y este es uno de los puntos que conducen hacia la infelicidad a la mayoría de parejas normosocioculturales. Derrocar la posesión implícita de
las relaciones establecidas y convencionales se convierte en un reto.
Pero no me voy a extender en este punto, puesto que mis dudas hoy van
hacia otro derrotero
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También quiero aclarar que pese a que no comparto el paradigma de la alteridad y la individualidad, mi herencia coarta otro entendimiento del modo de relacionarme y aunque sé que yo no existo sin el resto y que es imposible estar sola; no entiendo cómo debo relacionarme sin que mi persona y sin que las personas que me rodean me impidan seguir lo que ya está decidido y entretenerme demasiado por el camino.
Aquí, tengo que volver a aclarar que huyo del concepto clásico de destino. Pero debo reconocer que no tengo demasiado claro cómo se define nuestro sino, si es que lo hace, y tampoco sé hasta dónde alcanza nuestra capacidad para influenciarlo. Con ello, no quiero decir que seamos ‘víctimas’ de un destino del que no podemos huir, pero tampoco podemos aislarnos del contexto y pensar que somos quienes decidimos lo que pasa. Decidimos nuestra actitud, nuestro aprendizaje, decidimos cómo explicar los eventos, pero no decidimos los eventos en sí mismos.
Yo lo comparo con un río. Estamos en ese río, si hay una crecida, por mucho que rememos a contracorriente, el río nos arrastrará hacia donde le plazca. Es mejor reservar fuerzas para otros momentos en los que el agua esté más calmada y podamos navegar más plácidamente.
Yo como sujeto independiente del resto no existo, por lo tanto carezco de voluntad y lo que creo que es voluntad es en realidad un sinfín de consensos y normas que se han grabado en mi mente a base de años, educación, medios de comunicación, lecturas, charlas, trabajos, etc. Esa construcción, que en realidad no existe, de mi personalidad cree que tiene voluntad hasta que interioriza que en realidad no la tiene y empieza a fluir por los eventos de la vida como espectadora.
El conflicto surge, en mi caso, cuando otras construcciones de personalidades se cruzan en el camino. En realidad, no hay conflicto, eso es la vida. Mi lucha interna para desprenderme de mi personalidad y sin apropiarme o someterme a otra es lo que para mí se convierte en conflicto. Utilizaré de nuevo la metáfora de la río.
Si me aíslo como personalidad, como individuo, puede que, al principio, sea como llegar a un remanso en el que pueda observar plácidamente lo que sucede a mi alrededor y disfrutar de ello. Pero si permanezco demasiado tiempo en ese remanso, puede que esté tan plácidamente en ese remanso que no perciba la fluctuación del caudal y si ese caudal disminuye, puede que ese remanso se transforme en agua estanca que a la larga se seque o que su vida se pudra por la acumulación de detritos. Así que aislarse no es bueno.
Pero también puede ser que me encuentre con otra personalidad que haya trazado un canal circular en el río y que yo inmersa en la novedad no aprecie la circularidad de ese recorrido. Ese recorrido circular puede que también lo haya trazado yo y arrastre a quien se acerque a mi bucle. Lo ideal sería fluir en las aguas y observarlas plácidamente cuando sean rápidas y cuando sean tranquilas y que cuando se confluya, se recorra un trozo del río hasta que los caminos se bifurquen, sin tratar de aferrarse al recorrido de otras personas ni que otras personas se aferren al tuyo.
Creo que podría encontrar una analogía del río con cualquiera de las personas y relaciones que conozco. Hay relaciones que viven en los rápidos, que se divierten tanto allí, que siguen en un bucle que van reforzando y construyendo del que cada vez les costará más salir. Tanto rápido acaba extenuando, por otro lado. Hay relaciones que viven entre rápidos, remansos, en cauces moderados y vuelven a un recorrido más o menos variado pero que se repite constantemente. Otras que mueren en un remanso aislado.
Imagino que la opción ideal es fluir en el río para acabar en el mar y contar en los momentos difíciles con un salvavidas que te ayude, compartir con un cómplice los paisajes bonitos, reír divertida en algunos rápidos, etc. Pero, ¿cómo diferenciar lo que creemos que es voluntad propia, de la voluntad ajena, del curso del río sin caer en bucles o remolinos?
Yo como sujeto independiente del resto no existo, por lo tanto carezco de voluntad y lo que creo que es voluntad es en realidad un sinfín de consensos y normas que se han grabado en mi mente a base de años, educación, medios de comunicación, lecturas, charlas, trabajos, etc. Esa construcción, que en realidad no existe, de mi personalidad cree que tiene voluntad hasta que interioriza que en realidad no la tiene y empieza a fluir por los eventos de la vida como espectadora.
El conflicto surge, en mi caso, cuando otras construcciones de personalidades se cruzan en el camino. En realidad, no hay conflicto, eso es la vida. Mi lucha interna para desprenderme de mi personalidad y sin apropiarme o someterme a otra es lo que para mí se convierte en conflicto. Utilizaré de nuevo la metáfora de la río.
Si me aíslo como personalidad, como individuo, puede que, al principio, sea como llegar a un remanso en el que pueda observar plácidamente lo que sucede a mi alrededor y disfrutar de ello. Pero si permanezco demasiado tiempo en ese remanso, puede que esté tan plácidamente en ese remanso que no perciba la fluctuación del caudal y si ese caudal disminuye, puede que ese remanso se transforme en agua estanca que a la larga se seque o que su vida se pudra por la acumulación de detritos. Así que aislarse no es bueno.
Pero también puede ser que me encuentre con otra personalidad que haya trazado un canal circular en el río y que yo inmersa en la novedad no aprecie la circularidad de ese recorrido. Ese recorrido circular puede que también lo haya trazado yo y arrastre a quien se acerque a mi bucle. Lo ideal sería fluir en las aguas y observarlas plácidamente cuando sean rápidas y cuando sean tranquilas y que cuando se confluya, se recorra un trozo del río hasta que los caminos se bifurquen, sin tratar de aferrarse al recorrido de otras personas ni que otras personas se aferren al tuyo.
Creo que podría encontrar una analogía del río con cualquiera de las personas y relaciones que conozco. Hay relaciones que viven en los rápidos, que se divierten tanto allí, que siguen en un bucle que van reforzando y construyendo del que cada vez les costará más salir. Tanto rápido acaba extenuando, por otro lado. Hay relaciones que viven entre rápidos, remansos, en cauces moderados y vuelven a un recorrido más o menos variado pero que se repite constantemente. Otras que mueren en un remanso aislado.
Imagino que la opción ideal es fluir en el río para acabar en el mar y contar en los momentos difíciles con un salvavidas que te ayude, compartir con un cómplice los paisajes bonitos, reír divertida en algunos rápidos, etc. Pero, ¿cómo diferenciar lo que creemos que es voluntad propia, de la voluntad ajena, del curso del río sin caer en bucles o remolinos?
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