Llegó la maldad a mi vida, no es que antes no existiera, no es que yo no tenga un punto de maldad (como todo el mundo). Simplemente la rechazaba, no quería saber nada acerca de ella. Así que cada vez que me encontraba con alguna persona o evento cruel (hago servir cruel como sinónimo de malo), giraba la espalda y corría lejos a llorar de rabia.
Seguramente me escapaba de mí misma, para esconder toda la maldad y crueldad que llevo dentro. Mi monstruo interior asomaba sus garras por mimetismo y asustada ante la posibilidad de poder utilizar mi empatía para herir a la gente, me recluía en algún lugar alejado para que nadie ni yo misma pudiese ver la crueldad que llevo dentro. En mi escala de valores, el mayor defecto que cualquier ser humano puede mostrar.
En esa negación me hallaba hace unos días, posponiendo el encuentro con mi crueldad. No sabía reconciliarme con ella, simplemente la negaba. Me decía a mí misma que eso no existía. Pero cuando otras personas mostraban lo que yo considero maldad, surgía la mía con ímpetu. Entonces, después de años de entreno, conseguía reprimirla y esconderla y canalizaba toda esa represión apartándome del mundo. Alguien que tratara de hacer surgir en mí maldad, obtenía mi ausencia. Así me apartaba constantemente de las personas, eremita en mi torre de supuesta bondad.
Pero, ¿qué pasa cuando alguien que quiero tiene un brote de maldad? La odiaba con todas mis fuerzas, a menudo, por el espacio de confianza, mi crueldad hacía acto de presencia para cometer las injusticias más severas en las personas que más quieres. La galbana en la que me refugiaba no podía apartarme de la cólera que bullía en mi garganta hasta encontrar la diana para mi crueldad reprimida.
Así con la tristeza de arremeter contra un ser querido, lo único que anhelaba era el hermetismo y negaba una y otra vez la presencia de maldad o crueldad en mi ser. Hasta que el otro día, mi maldad surgió provocada por la crueldad de otras personas, arremetí sin piedad para luego sumirme en mi tristeza habitual por no poder controlar esa ira y empecé a reflexionar. Me sumí en ese tumulto de sentimientos confusos y me acordé de H y de Sole. Recordé la escena de la obra "Diálogos" del Teatro viguense Estepario en que H deja de escaparse de Sole y se reconcilia con ella. Con mi maldad reprimida bajo gruesas capas de galbana, me era difícil identificar lo que ocurría y huía permanentemente, como H de Soledad. ¡Qué fácil es ver en una escena lo que le sucede a las otras personas y qué difícil es verlo en ti misma!
Me permití enfadarme. Permití que la ira me invadiera y hice uso de mi asertividad para expresar el rechazo que me produce la maldad.
"Cuando veas a una persona buena, piensa en emularla.
Cuando veas a una persona mala, examina tu corazón"
Confucio
Comentaris
Lo que no podemos es ser buenos, rayando en tontos y replegarnos frente a las agresiones por no decir esta boca es mía, aunque provengan de nuestros seres queridos, que es lo que más duele. Si entramos en esa dinámica, por nuestra naturaleza, acabaremos reaccionando como reaccionan los volcanes. Se van acumulando los gases meses y meses, hasta que un día la corteza deja de resistir y revienta violentamente. Es preferible romper más a menudo en pequeños terremotos para disipar las tensiones. Más vale ser un poco “malos” y marcar nuestras posiciones ante los desacuerdos, que por ser buenos, replegarnos para, el día menos pensado estallar y reventar probablemente a la persona menos adecuada, que es lo que suele ocurrir, que paga el pato quien menos culpa tenía.
Espero que las aguas estén ya más serenas. Un abrazo.
Lo que quiero explicar en este post es que todas las personas tenemos un punto de maldad, todas las personas tenemos un punto de soberbia, un punto de locura, un punto de mentira, un punto de cosas que clasificamos como negativas y que no necesariamente lo son.
Para ser una cosa, necesitamos de la otra para que exista. Es decir, para ser buenas personas debemos saber lo que es malo y un punto de maldad sí la tenemos.
Negar que somos buenxs o malxs es correr en contradirección. Es como si te ataras a un árbol con una goma elástica y corrieras estirándola hasta que la goma te vence y te rebota contra el árbol. El árbol en sí es aquella característica que no queremos reconocer en nosotrxs mismxs y que nos negamos. La única forma de reconciliarme conmigo misma es reconocer que también tengo un punto de lo que creo que no tengo (maldad, por ejemplo). Si miro en mi interior tengo maldad, ira... Quizá no sea lo que más me caracterice, pero negar que me enfado o que a veces me sale un diablillo interno es no reconocerme a mí misma como ser completo.
No sé si llego a explicar lo que quiero transmitir...
Creo que me repito pero yo no creo ni que exista la maldad si esta la entendemos como "hacer daño gratuitamente".
Pienso que eso no existe, todos hacemos daño por liberar ira, miedo, egoismo... pero nunca gratuitamente. No conozco a ninguna persona así fuera de novelas y películas.
Ánimo Cris, todos hemos hecho daño y si nos ha dolido después, desde mi punto de vista ya está todo hecho. Mañana lo haremos mejor.
Es cierto no existe la maldad ni la bondad. Simplemente fluimos, pero nuestros juicios de valor nos hacen clasificar las cosas como buenas o malas y tenemos una carga social que nos va comiendo la cabeza y nos impide ser como somos sin clasificaciones.
En mis etiquetas de lo bueno y lo malo, las personas malas son otras, no soy yo y esa negación me impide fluir sin mis propios juicios, sin mis propias etiquetas. Cuando alguien hace algo que clasifico como malo, no me gusta. Pero cuando soy yo la que hace algo malo, entro en contradicción conmigo misma. Hago algo malo y me identifico y me etiqueto dentro de las personas malas. No quiere decir que lo sea, simplemente sufro superando esa contradicción.