El monstruo de la razón era un ser racional, aparentemente estable y lineal, tenía fama de no poseer ninguna vulnerabilidad, era fuerte y nunca mostraba debilidad alguna. Un buen día o malo, según se mire, se dio un golpe en la coronilla. La indisposición debida al trauma que tenía en su cabeza lo confundía, dejó de tener respuestas racionales para todos los acontecimientos de su vida y cuando se esforzaba en encontrar respuestas, atribuía significados erróneos a las experiencias que le pasaban. Convencido de su interpretación, se sumía en la más profunda tristeza al no coincidir con lo real.
Desesperado intentaba conservar la calma ante la gente. No mostraba su inquietud a las personas. Mantenía la compostura, se esforzaba por mantener su semblante invencible, autosuficiente e independiente y no pidió ayuda.
Hasta que la inestabilidad que el golpe le había asestado lo hizo sucumbir en su irracionalidad, en sus miedos e inseguridades. Cuando se sentía así, de una bocanada de fuego quemaba a toda persona que se le acercase.
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De este modo, poco a poco se fue quedando solo. La presión en la cabeza aumentaba día a día, cada vez se sentía más aturdido y menos dueño de sus actos. No entendía nada, no entendía qué le pasaba, no entendía a las otras personas, no entendía las relaciones. Así que poco a poco se fue aislando hasta quedar recluido en su torre de marfil. Desde allí trataba de entender todo lo que sucedía.
Hasta que la inestabilidad que el golpe le había asestado lo hizo sucumbir en su irracionalidad, en sus miedos e inseguridades. Cuando se sentía así, de una bocanada de fuego quemaba a toda persona que se le acercase.
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De este modo, poco a poco se fue quedando solo. La presión en la cabeza aumentaba día a día, cada vez se sentía más aturdido y menos dueño de sus actos. No entendía nada, no entendía qué le pasaba, no entendía a las otras personas, no entendía las relaciones. Así que poco a poco se fue aislando hasta quedar recluido en su torre de marfil. Desde allí trataba de entender todo lo que sucedía.
Pasado algún tiempo, se dio cuenta de que era incapaz de explicar todas las cosas. Los eventos sucedían sin más, de forma caótica. Por mucho que intentara imponer un orden o una explicación a lo que pasaba, su conocimiento y su mente eran limitados e incapaces de entenderlo absolutamente todo. Así que aceptó la aleatoriedad imprevisible de los eventos e interiorizó que esos eventos simplemente sucedían, sin motivo alguno.
Feliz, aliviado y sintiéndose más sabio, volvió a acercarse a las personas. Pronto volvieron a aceptarlo y admitieron su presencia. Pero cuando alguien desestabilizaba su razón se volvía a sumir en una tristeza infinita y volvía a huir de las personas, ahora sin dañarlos, pues entendía que los eventos simplemente sucedían y no sucumbía a la rabia del momento para devolver caos al mundo.
Dejó de utilizar su poder destructor y se quedó con su caos interior sin dañar aquello que lo rodeaba. Dejó de molestarle el caos, incluso se sintió a gusto en él. Dejó de molestarle su tristeza y agradeció tenerla para poder saber lo que era la alegría. Poco a poco entendió que no existía orden sin caos ni alegría sin tristeza ni sabiduría sin ignorancia. Se dio cuenta de que debía disfrutar de todos los momentos que le daba la vida y que no debía apartarlos, si los rechazaba, le perseguirían hasta alcanzarlo, antes o después y cuanto más huyese más sufriría por el camino. Así descubrió que lo que sucedía en su vida tenía una razón de ser, sucedía para equilibrar su mundo, el movimiento se contrarrestaba con la quietud, el bullicio con la calma y así iban sucediendo las cosas. Intentar retener aquello que deseaba era la mejor forma de perderlo y sólo se trataba de disfrutar del instante eterno que proporciona cada uno de los eventos de la vida.
De este modo consiguió que todo fluyera, los momentos, las personas… Entendió que los momentos eran efímeros y sólo pasaban una vez, entendió que las personas entran, se quedan, salen o permanecen, pero que cada instante sólo se vive una vez. Así que dejó de pensar en el daño, en el enfado, en la tristeza o en las lágrimas como algo negativo y dejó que entraran en su vida cada vez que tuvieran ganas y disfrutó de todos esos sentimientos y momentos que había rechazado una y otra vez y que una y otra vez le habían alcanzado.
Comentaris
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Carla.
¡JM! Este lo escribí hace algunos meses y no me acaba de convencer, por eso lo tenía en inéditos... Me alegro de que te guste y me anima a escribir más.
¡Un abrazo!