Llevo un tiempo inquieta pensando en mi zona de confort. Le llamo zona de confort a aquellos lugares o situaciones en los cuales me siento cómoda y me desenvuelvo con cierta soltura. Rehuyo las situaciones en las cuales no estoy cómoda. Llevo más de dos años pensando de forma consciente en ello y hoy la revelación me ha venido de manos de la escalada.
Después de hacer varias vías físicas y quedar satisfecha con los encadenes, he decidido volver a intentar una vía de una dificultad al límite de lo que he estado probando últimamente.
He empezado a trepar y los compañeros me aconsejaban que me colgara en el siguiente seguro para poner un alargo y no caer chapando encima de una repisa. El afán protector me ha desanimado bastante, aún así, he continuado escalando, he superado el paso y he chapado un poco inquieta por las advertencias, pero segura de poder aguantarme de aquellos agarres.
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Continuaba la vía con una secuencia de presas romas y un paso largo, difícil de leer. No sé si han sido las advertencias, el cansancio o todo junto, pero he dejado de procesar la información que recibía mi retina y los siguientes pasos se han convertido en secuencias indescifrables, me he negado a seguir luchando y me he colgado.
A continuación, con mi habitual obstinación, he continuado escalando para acabar de conocer la vía. Como estaba cansada, no había recibido demasiado apoyo y además la vía era difícil. He renunciado a seguir y me he bajado al suelo.
Esa ha sido una explicación racional de lo que ha pasado. Pero, en mi interior, sabía que todo lo que me estaba diciendo eran excusas, excusas creíbles que podían formar parte del libro de excusas de la escalada.
Sabía que podía seguir reconociendo la vía para otro día, sabía que aquellas presas eran buenas para mí, sabía que con un poco de concentración y energía positiva me podía encontrar la colocación adecuada. Sé que la vía es asequible para mí.
Pero las dudas de mis colegas junto con las mías propias me hicieron renunciar a continuar trepando y bajar al suelo fuera de exponer mi inseguridad a ojos de otras personas.
Como responsable última de aquello que me pasa, siento o digo; me siento vulnerable ante los ojos ajenos. Pierdo el control de la situación, pues cada persona tiene su propio lenguaje de valoración, sus propios pensamientos.
Cada vez que escalo me expongo a esa pérdida de control. Sólo cuando estoy en harmonía conmigo misma y con el entorno formando una sola unidad, voy más allá y dejo que ese control se quede a un lado.
Pero ese estado es excepcional y como ser humana, mis miedos e inseguridades se exponen cada vez que salgo de mi zona de confort. Si mentalmente estoy fuerte y no me importan los factores externos, me da igual los comentarios, me da igual el clima, me da igual la piel, el dolor o el calor.
Pero cuando mis debilidades me hacen dudar, me alejo del satori, me refugio en alguna excusa y renuncio a seguir escalando y a exhibir mis miedos. Prefiero tenerlos en mi sala de operaciones y diseccionarlos en privado.
Así que en casa y en plena disección, he estado examinando qué me pasa con las cosas que no entiendo rápidamente. Cuando no comprendo una situación, me pasa como en la vía. Sigo obstinada tratando de seguir luchando para hacer los pasos siguientes, pero mi guerra es vencer ese pequeño demonio que me hace dudar en una situación que aparentemente me supera y que me hace renunciar a continuar.
Cuando las cosas no sólo dependen de mí, las aparto rápidamente y me vuelvo a mi pequeña sala de operaciones donde todo está controlado. Lo que no entiendo, lo aparto, sin sorpresas emocionales, sin fracasos. Racionalizo aquello que no se puede racionalizar y eso me impide ser toda yo con miedos, sentimientos, fracasos y triunfos; me escondo y me quedo en mi zona de confort.
Después de hacer varias vías físicas y quedar satisfecha con los encadenes, he decidido volver a intentar una vía de una dificultad al límite de lo que he estado probando últimamente.
He empezado a trepar y los compañeros me aconsejaban que me colgara en el siguiente seguro para poner un alargo y no caer chapando encima de una repisa. El afán protector me ha desanimado bastante, aún así, he continuado escalando, he superado el paso y he chapado un poco inquieta por las advertencias, pero segura de poder aguantarme de aquellos agarres.
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Continuaba la vía con una secuencia de presas romas y un paso largo, difícil de leer. No sé si han sido las advertencias, el cansancio o todo junto, pero he dejado de procesar la información que recibía mi retina y los siguientes pasos se han convertido en secuencias indescifrables, me he negado a seguir luchando y me he colgado.
A continuación, con mi habitual obstinación, he continuado escalando para acabar de conocer la vía. Como estaba cansada, no había recibido demasiado apoyo y además la vía era difícil. He renunciado a seguir y me he bajado al suelo.
Esa ha sido una explicación racional de lo que ha pasado. Pero, en mi interior, sabía que todo lo que me estaba diciendo eran excusas, excusas creíbles que podían formar parte del libro de excusas de la escalada.
Sabía que podía seguir reconociendo la vía para otro día, sabía que aquellas presas eran buenas para mí, sabía que con un poco de concentración y energía positiva me podía encontrar la colocación adecuada. Sé que la vía es asequible para mí.
Pero las dudas de mis colegas junto con las mías propias me hicieron renunciar a continuar trepando y bajar al suelo fuera de exponer mi inseguridad a ojos de otras personas.
Como responsable última de aquello que me pasa, siento o digo; me siento vulnerable ante los ojos ajenos. Pierdo el control de la situación, pues cada persona tiene su propio lenguaje de valoración, sus propios pensamientos.
Cada vez que escalo me expongo a esa pérdida de control. Sólo cuando estoy en harmonía conmigo misma y con el entorno formando una sola unidad, voy más allá y dejo que ese control se quede a un lado.
Pero ese estado es excepcional y como ser humana, mis miedos e inseguridades se exponen cada vez que salgo de mi zona de confort. Si mentalmente estoy fuerte y no me importan los factores externos, me da igual los comentarios, me da igual el clima, me da igual la piel, el dolor o el calor.
Pero cuando mis debilidades me hacen dudar, me alejo del satori, me refugio en alguna excusa y renuncio a seguir escalando y a exhibir mis miedos. Prefiero tenerlos en mi sala de operaciones y diseccionarlos en privado.
Así que en casa y en plena disección, he estado examinando qué me pasa con las cosas que no entiendo rápidamente. Cuando no comprendo una situación, me pasa como en la vía. Sigo obstinada tratando de seguir luchando para hacer los pasos siguientes, pero mi guerra es vencer ese pequeño demonio que me hace dudar en una situación que aparentemente me supera y que me hace renunciar a continuar.
Cuando las cosas no sólo dependen de mí, las aparto rápidamente y me vuelvo a mi pequeña sala de operaciones donde todo está controlado. Lo que no entiendo, lo aparto, sin sorpresas emocionales, sin fracasos. Racionalizo aquello que no se puede racionalizar y eso me impide ser toda yo con miedos, sentimientos, fracasos y triunfos; me escondo y me quedo en mi zona de confort.
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