Coaching para recobrar el alma como dominio de aprendizaje

Por Miguel Angel Macaluso

El coaching es una práctica, un arte, que aspira a devolvernos la frescura de espíritu, la apertura emocional y el coraje intelectual necesarios para poner atención a esos menajes, y a reconocernos con nuestro ser emocional, con nuestro cuerpo y con nuestro entorno natural.

Un coach se prepara trabajando sus preguntas como el navegante su compás. Escucha mensajes que vienen más allá de los mensajes. Y agradece por cada una de ellos. La vida, todo incluido, es su escuela. Todo lo que aprende agiganta el regalo de la vida.

Vive días angustiosos en que duda de sí mismo y de su capacidad de servir. Se siente profundamente insuficiente. Le parece que llegó al fin de sus posibilidades de aprender.

Sin embargo, comentó una vez Rafael Echeverría, si se detiene a mirar a una araña cuando teje persistentemente su tela, y a escuchar la música oculta de una flor que se abre, entiende que su duda es también parte del camino y que en realidad, nunca ha estado perdido.

Entonces agradece el don recibido y enciende su alegría como un fuego sagrado. Y en ese fuego forja sueños, los suyos y los de otros, todos suyos al final.

Peter Senge utiliza dos metáforas interesantes: La semilla que está para crecer debe perderse a sí misma como semilla, y aquellos que se arrastran pueden graduarse pasando de crisálida a alados.

Cuéntennos amigos, ¿se aferrarán entonces a la cáscara que falsamente les parece ser quienes son?

La relación con el mundo que la ciencia moderna ha desarrollado y formado, parece estar agotando su potencial. Es cada vez más claro que a esa relación le falta algo. Fracasa en conectarnos con la naturaleza más profunda de la vida y con la experiencia humana básica. Es más una fuente de desintegración y duda que una fuente de integración y sentido. Produce lo que parece ser un estado de esquizofrenia: el hombre como observador está alienándose de sí mismo como ser.

El coaching, al decir de James Selman, surge con el post modernismo como una respuesta a las turbulencias del alma provocadas por la caída de la objetividad como principio constitutivo de nuestro sentido común.

Vivimos en tiempos de cambios profundos. Antiguos roles y prácticas están muriendo sin que sepamos aún cuales son los nuevos.

Nos hemos dado cuenta que la ciencia es sólo una manera particular de observar y explicar. Dice más acerca de la clase de observador que hemos sido que acerca del mundo que hemos tratado de explicar.

La ilusión de control que nos había dado la tecnología moderna, está siendo erosionada.

La mayoría de las religiones han fracasado en acoger nuestras preguntas más apremiantes. Sus prácticas nos resultan insuficientes para hacernos cargo de las más profundas inquietudes del alma.

Hemos ampliado nuestra capacidad tecnológica de comunicación y perdido nuestra habilidad para hablar desde el alma.

La educación tradicional, obsesionada con la información, está fracasando en prepararnos para la vida.

Cuerpo y emociones son dominios de aprendizaje generalmente ignorados.
Poco a poco hemos ido perdiendo el sentido de pertenencia. Añoramos intimidad pero no logramos alcanzarla. Vivimos con una creciente sensación de soledad.
Enredados con la eficiencia, hemos olvidado para qué queremos ser eficientes después de todo.

Y estos seres estupendamente eficientes que somos, no tienen tiempo para cuidar el jardín de la Tierra ni el de nuestras almas.

Es una mentira económica suponer que el costo de unas pulgadas de algarrobo sea la suma del precio del bosque más la mano de obra.

¿Cuál es el costo de la ausencia del bosque?
Cousteau decía que a todo le hemos puesto precio, pero que a nada le otorgamos valor.
En nuestras prácticas sociales nos encontramos constantemente abrumados, careciendo de lugares de reflexión y encuentro.

Hemos perdido lo sagrado como parte de nuestra cotidianidad.

Ocupados tratando de explicar la vida, interpreta Julio Olalla, olvidamos escucharla, aprender de ella y, sobre todo, amarla.

Y agrega su esposa Nicole: Una cosa es saber acerca de los árboles; y otra cosa es escuchar su milenario mensaje de preservación del mundo.

Necesitamos recobrar el alma como dominio de aprendizaje.

Comentaris

Dr. Eduardo Dyszel ha dit…
Te felicito. Muy buena y profunda tu reflexion
EDUARDO DYSZEL
ARGENTINA