De Soledad Puértolas.
Releer lo ya publicado para una nueva edición, enseña lo que uno ya creía saber, aunque nunca se sabe suficiente. Siempre se puede seguir corrigiendo. Pero el tiempo transcurrido se ha llevado la voluntad, y el interés, a otra parte.
Ahora se comprender mejor las observaciones críticas recibidas meses atrás. Ha sido superada, olvidad casi, la primera reacción de defensa. Y, sin embargo, curiosamente, uno corrige siempre algo que los otros no han visto como "malo" y está tentado a no respetar lo juzgado como "bueno". Y eso es lo alentador: la obstinada tendencia que nos hace avanzar hacia algo, desconocido y, de algún modo, claro.
(p. 7)
Torreno era un hombre sin memoria, de modo que, cuando los hombres le relataban sus penas, sus desgracias, sus pequeños contratiempos, él no podía entenderlos y daba la solución adecuada, iluminada por la luz de la imparcialidad. Recomendaba cosas extrañas, que todos consideraban mágicas. Hacía que los hombres se trasladasen a remotos lugares, se desprendiesen de determinadas cosas o adquiriesen otras. Y era eso lo qe ellos querian de él. Algo terminante, no un dulce consejo.
(...) Cuando de golpe Torreno fue invadido por la gran pena de las personas que había conocido y tal vez amado, en ese momento en que bruscamente se abrió la huella que habían dejado en su alma, comprendió que iba a morir.
(p. 113)
Releer lo ya publicado para una nueva edición, enseña lo que uno ya creía saber, aunque nunca se sabe suficiente. Siempre se puede seguir corrigiendo. Pero el tiempo transcurrido se ha llevado la voluntad, y el interés, a otra parte.
Ahora se comprender mejor las observaciones críticas recibidas meses atrás. Ha sido superada, olvidad casi, la primera reacción de defensa. Y, sin embargo, curiosamente, uno corrige siempre algo que los otros no han visto como "malo" y está tentado a no respetar lo juzgado como "bueno". Y eso es lo alentador: la obstinada tendencia que nos hace avanzar hacia algo, desconocido y, de algún modo, claro.
(p. 7)
Torreno era un hombre sin memoria, de modo que, cuando los hombres le relataban sus penas, sus desgracias, sus pequeños contratiempos, él no podía entenderlos y daba la solución adecuada, iluminada por la luz de la imparcialidad. Recomendaba cosas extrañas, que todos consideraban mágicas. Hacía que los hombres se trasladasen a remotos lugares, se desprendiesen de determinadas cosas o adquiriesen otras. Y era eso lo qe ellos querian de él. Algo terminante, no un dulce consejo.
(...) Cuando de golpe Torreno fue invadido por la gran pena de las personas que había conocido y tal vez amado, en ese momento en que bruscamente se abrió la huella que habían dejado en su alma, comprendió que iba a morir.
(p. 113)
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